El Sena en Bougival, de Alfred Sisley |
En Lingüística hay una discusión muy antigua que trata de si el lenguaje conceptualiza la realidad o si es la realidad la que construye la estructura del lenguaje. ¿Se adapta el lenguaje a la realidad que nos rodea o adaptamos la realidad al lenguaje? Esta discusión se conoce como 'la hipótesis Sapir-Whorf' porque, como seguro que ya se han imaginado, estos dos lingüistas mantuvieron una encendida discusión sobre este tema.
En realidad, todo empezó mucho antes con Humboldt, quien con 13 años hablaba latín, griego y francés, además de alemán. Ya de adulto llegó a hablar también inglés, español, vasco (en San Sebastián hay una calle dedicada a él), húngaro, checo y lituano. Pues bien, Humboldt pensaba que la lengua organiza la realidad en distintas categorías gramaticales y que determina la forma de pensar y de percibir la realidad según la particular organización de su léxico.
Whorf, que era discípulo de Sapir, retomó esta idea convencido de que el lenguaje determina nuestras percepciones. Según esta concepción no podemos pensar aquello para lo que no tenemos palabras y tenemos las palabras que necesitamos: a los urbanitas nos basta con saber que un olmo, un ciprés o un sauce son árboles, pero una persona que viva en el campo sin duda distinguirá cada árbol por su nombre particular.
En mi opinión, hay un pensamiento no verbal, más rápido que nuestra capacidad de enlazar palabras, un pensamiento intuitivo y penetrante que nos ofrece las claves de lo que queremos expresar e imaginar. Cuando un aroma nos trae un recuerdo, ¿nos da tiempo de pensar con palabras? ¿De decir éste es el olor de aquella tienda de caramelos que había en la calle Fuenterrabia y en la que mi abuela me compraba aquellos chicles redondos cuando yo era pequeña? Yo creo que no.
¿Y esas situaciones emocionales extremas en las que no encontramos las palabras que puedan describir lo que sentimos pero que por eso sentimos igualmente? ¿Como el dolor de una pérdida o la alegría de alcanzar un objetivo largamente deseado? No tengo palabras para expresarlo, decimos en ocasiones, pero tenemos un pensamiento no verbal que recoge nuestro sentimiento y que lo almacena en el recuerdo. Después, quizás las palabras que le pongamos sean "fui muy feliz" o "me sentí muy desgraciada" pero hemos sentido, intuido y pensado mucho más que lo que expresan esas palabras.
Esto es una osada opinión personal, ni estudio que lo ratifique ni publicación en Scientific American ni nada de nada, pero por supuesto, me encantaría saber su opinión.
Es un tema apasionante. Veamos, hay grupos humanos en África y América que sólo dan nombre a tres o cuatro colores, no es mejor ni peor simplemente no necesitan más para vivir. El color al que no se le pone nombre no existe, yo al principio me sorprendí pero para nosotros hasta hace nada los colores beis, pistacho, butano y otros no existían; para más matices tuvimos que añadir a un color conocido una característica, nacieron así el azul azafata, blanco roto, rosa chicle y otros. Necesitamos en una sociedad eminentemente visual dar nombre a los colores. En el otro extremo tenemos a los inuit que tienen alrededor de cuarenta palabras para definir la nieve según sus estados y características, nosotros escasamente con cuatro nombres, y donde nieva, funcionamos. Luego según mi opinión sí es el lenguaje el que conceptualiza la realidad, realidad que se mantiene inmutable se la llame como se la llame. El ejemplo que pones de los árboles lo deja claro, a un urbanita no le pasa nada por desconocer el nombre de un árbol en cambio una persona que vive en el campo rodeado de ellos y que vive de ellos ha de conocerlos y eso obliga a poner nombre para diferenciarlos. Sin ser un talibán estoy más cerca de Whorf.
ResponderEliminarEs un tema apasionante, en efecto, como tantos aspectos del lenguaje.
EliminarInteresantes reflexiones, Gemma, que me recuerdan aquellas otras de tu artículo "De cómo inventamos las palabras que necesitamos" (16 de julio 2012).
ResponderEliminarEn ese orden de cosas, hace tiempo llegué a preguntarme si todos los pueblos del mundo, es decir, aquellos pertenecientes a culturas diversas, perciben las emociones de la misma manera. No hay duda de que, a grandes rasgos al menos, la alegría y la pena , por citar solo un par de ejemplos, son experimentadas de la misma manera por todos, seamos de Bollullos del Condado o del Nepal. Sin embargo, creo que la diferencia está en la forma de describir esas emociones: si unos consiguen describirlas de forma más precisa que otros, probablemente es gracias a la riqueza de su idioma. Así, si nos atuviésemos a esa capacidad de descripción -imputable a la lengua colectiva más que a la individual- podríamos creer erróneamente que los pueblos perciben las emociones de forma distinta cuando, en realidad, lo único que varía es la riqueza del vocabulario de que disponen para describir esas emociones. En las distancias cortas, eso mismo puede ocurrir entre dos vecinos de misma nacionalidad e idioma pero de nivel cultural distinto.
Tienes razón, Víctor, ya no me acordaba de aquel post, ya ves...
EliminarMe ha gustado mucho el post y también los dos comentarios. Felicidades a los tres.
ResponderEliminarJosean
Muchas gracias, Josean, me alegro de que te haya gustado.
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