lunes, 30 de diciembre de 2013

Fulastre

El ratón de Guetaria, de Clara Gangutia

Mi madre dijo el otro día una palabra que me transportó en el tiempo en un instante: "Hija, estoy muy fulastre". Y ese fulastre era un término muy suyo que hacía mucho tiempo que no oía.

Pensé que de alguna manera las palabras contienen nuestra vida, construyen nuestros recuerdos y se cuelan en nuestros sentimientos. No sé si fulastre está en el Diccionario de la RAE, no sé de dónde viene ni a dónde va y tampoco me interesa. Son datos que nada tienen que ver con el significado que tiene para mí, me da igual si se usa aquí y no allá o viceversa.

Fulastre será el tiempo cuando ni hace bueno ni caen chuzos de punta, fulastre es el aspecto de alguien que no está  bien, fulastre será una de tantas palabras que, como decía Andrés Trapiello, le debe uno a su madre. Una palabra que no he transmitido a mis hijos, pero habrá otras que ellos algún día oirán y pensarán que era una palabra que decía su madre y que cuánto tiempo sin oírla y, como si fuera una fragancia en el aire, les evocará algún momento de su niñez.



lunes, 23 de diciembre de 2013

¿Existe la palabra "sorongo"?

Puerto de Pasajes, de Darío de Regoyos

"Tiene una memoria prodigiosa para todo y palabras que deberían venir a comprárselas los de la Academia de la Lengua. Se acuerda de lo que le costaban las cosas hace cincuenta años, lo que valía una arroba de aceite o unas alpargatas, un mulo, la mesada de un jornalero o lo que su padre pagó por el arrendamiento de una tierra y de lo que sembraron en ella el año tal o el año cual, y con qué yunta. Se le escucha embelesado, tasiadito. Y sí, qué palabras siempre. Ayer decía que a su madre le entró un sorongo. Quería decir que le entró una preocupación. No sé si esa palabra existe. Debería existir, porque es preciosa. Yo a partir de ahora dejaré de tener preocupaciones y creo que sólo voy a tener sorongos. Le gustan tanto las historias, que las guarda en su particular memoreteca, de donde las trae siempre con una oportunidad y justeza no menos asombrosa, como Sancho refranes."

Andrés Trapiello: Siete Moderno.

viernes, 20 de diciembre de 2013

La lengua de signos

Miss Cara Burch, de John Singer Sargent

Siempre me llama la atención ver a dos personas sordas hablando, o mejor dicho, comunicándose. Aletean las manos con rapidez, se sirven de la expresión facial, del movimiento de la boca e incluso señalan distintas partes del cuerpo para explicar lo que quieren decir. Son todo expresión y silencio y son un mundo aparte porque el resto de los hablantes no podemos comprenderles.

La comunicación no verbal, el sistema de signos, señas y gestos ha sido la lengua que siempre han utilizado los sordos para comunicarse entre sí. Sin embargo, este sistema no siempre ha sido bien aceptado. Desde el siglo XVI, momento en el que comenzó la educación especial de las personas sordas, ha habido épocas en las que se ha considerado que este sistema era el más serio obstáculo para la integración de las personas sordas, que lo que había que hacer era enseñarles a emitir sonidos que se parecieran a las palabras. En otros momentos, sin embargo, el lenguaje de signos ha sido potenciado y enriquecido. También se han defendido posturas eclécticas y sistemas metodológicos mixtos. 

Hoy en día esta polémica continúa y son los padres los que deben elegir el camino a seguir. Si toda la familia es sorda, el lenguaje de signos será su "lengua natural" pero si los padres oyen y hablan deberán escoger la forma de comunicarse con el que no oye. 

Es curioso que cuando no nos entendemos con otra persona porque hablamos distintos idiomas, lo primero que se nos ocurre es hablar más alto y después recurrir a los gestos, hay signos internacionales que la mayoría interpretamos igual, juntar las puntas de los dedos de una mano para referirse al dinero, hacer el gesto de andar con dos dedos para indicar caminar, etc.

martes, 17 de diciembre de 2013

Tu padre ya no conoció

Acantilado en Dieppe, de Claude Monet

"Se extrañaba el hijo de cómo iban saliendo los recuerdos y cómo se registraban las palabras de unos y de otros en tales circunstancias, siempre de una manera desordenada. Recordó que su madre le contó que cuando llegó de la Adoración Nocturna y le dijo que sentía frío, le tomó el pulso y se lo encontró bien, que salió del cuarto y que volvió con las zapatillas, que le había calentado encima de un radiador, y que llegó a ponerle una, pero que cuando fue a ponerle la segunda, echó la cabeza hacia atrás y expiró. O sea, que no le sorprendió un gemido cuando estaba en el pasillo. En realidad las palabras que usó su madre le resultaron muchas más humanas, las que se usan en León, para esos casos, dijo, y después "tu padre ya no conoció", dando a entender con ellas mucho más de lo que acaso imaginaría, a saber, que la vida es únicamente conocimiento y que no hay conocimiento posible sin reconocimiento, pues en ese "conocer" están metidos todos esos significados, el de conocer, el de conocerse, el de reconocer y el de reconocerse. Así fue como ocurrió todo."

Andrés Trapiello: Siete moderno


viernes, 13 de diciembre de 2013

Insulte usted con propiedad

The Japanese Parisian, de Alfred Stevens

El campo semántico de los insultos es variado, tiene sus jerarquías y va cambiando con el tiempo y las modas.

Cuando yo era pequeña el peor insulto que se le podía decir a alguien era "desgraciado", nunca comprendí muy bien por qué era tan ofensiva esa palabra, aunque es posible que la razón haya que buscarla en que los términos conocidos como palabrotas tenían un uso mucho más restringido que hoy en día. 

Algunas palabras compuestas como desgarramantas soplagaitas son insultos que me parecen muy divertidos. Están también los originales como zoquete, zote, ceporro o zopenco que uno no sabe casi si son insultos o son descripciones y qué es peor. También me parecen geniales, besugomerluzo o cebollino.

Los de toda la vida como cabrón, hijoputa o gilipollas han perdido fuerza con el incremento de su uso, hasta el punto de que cualquiera de ellos puede ser utilizado también para expresar admiración: "¡Qué hijoputa! ¡Cómo ha ganado la carrera!".

Y luego están los insultos del Capitan Haddock, personaje de Las Aventuras de Tintin, que alguien se ha entretenido en recopilar en esta página: cuando busquen un insulto original, ya saben a dónde acudir. Y una vez más, no me digan ustedes que no es útil este blog.


martes, 10 de diciembre de 2013

Los préstamos no son solo ingleses

La Diagonal, de Euan Uglow

Los objetos nuevos normalmente llegan con el nombre puesto y muchos de estos términos nuevos son ingleses, como ya hemos visto en otros posts anteriores, pero ahora quería hablarles de los préstamos que no son ingleses y en los que a menudo no reparamos. 

Muchos años antes de la preeminencia de lo inglés nos llegaron de Hispanoamérica palabras como cacao, aguacate, chocolate, tomate, canoa, cancha... nombres que como hemos conocido "de siempre" los damos por oriundos de España, pero son tan importados de otro país como trending topics por poner un ejemplo, es solo cuestión de tiempo.

Nuestra lengua, como las demás por otra parte, está llena de préstamos de los más diversos idiomas: El géiser es un préstamo islandés; el kimono, japonés; el safari, es swahili; el sofá, persa; el container, alemán; amateur o debut son franceses; ojalá, alcachofa y aceite son árabes y zulo o abertzale, euskera; orangután es malayo; bolchevique y estepa, rusos y tahúr, armenio.

En estos tiempos de pluralismo y multiculturalidad, demos la bienvenida al diferente porque siempre nos aportará algo. 


domingo, 8 de diciembre de 2013

Agárrense a las palabras

Les Chataigniers a Osny, de Camille Pissarro


Hoy voy a hacer en este blog algo que no había hecho nunca (me temo que suena más prometedor de lo que es, aunque creo que les va a gustar). Les traigo un artículo de Félix de Azúa titulado "Enseñar la lengua" y publicado en esa estupenda Revista Cultural que es Jot Down. Si quieren pueden leerlo en su formato original o, para que nadie se quede sin leerlo por no hacer clic, se lo transcribo a continuación: 


"A los españoles nos encanta zurrarnos la badana con cualquier excusa, pero últimamente tiene mucho éxito lo de agredirse por cuestiones lingüísticas. Desde los rancios catalanes que aún usan como arma de ataque lo de «la lengua del imperio», hasta los chavistas americanos que proponen eliminar el español de las escuelas para que los niños solo hablen en indígena, parece como si las inquisiciones lingüísticas hubieran suplantado a las teológicas.
Todo lo cual no es sino ignorancia de lo que en realidad es el lenguaje y de las diferencias entre el lenguaje, las lenguas y las hablas. Mi generación estudió bastante lingüística (sobre todo la estructural, que es la más aburrida) porque en los años setenta parecía la ciencia del futuro, la que lo explicaría todo, como en la actualidad los divulgadores de la ciencia cognitiva. No lo fue, afortunadamente, pero ahora las lenguas se estudian en los colegios como si fueran animales al borde de la extinción. Pura zoología analfabeta, o sea, política.
No es precisamente la extinción lo que amenaza al español, con sus quinientos millones de hablantes, pero sí la ignorancia. La mayor parte de la población menor de cuarenta años no tiene ni idea de qué clase de objeto, cosa, ente o quimera es la lengua española. Entre otras cosas, ignoran que no es española, sino multinacional, y tan de los bolivianos y chilenos como de los catalanes y vascos.
Un espléndido remedio a tanta burricie es la muy notable exposición de la Biblioteca Nacional de Madrid que conmemora los trescientos años del Diccionario de Autoridades. O lo que es igual, los tres siglos de la Academia de la Lengua Española. Comisariada por Carmen Iglesias y José Manuel Sánchez Ron, resume en siete capítulos la historia de la cristalización moderna de nuestra lengua.
La labor de la Academia, contra lo que creen los más simplones, no es la de momificar el idioma, sino precisamente la de mantenerlo con vida. Observen a su alrededor y verán que los países con mayor número y calidad de diccionarios son justamente los que mayor potencia lingüística, literaria y política poseen. De hecho, el caso español es similar al de la Gran Bretaña, donde una pequeña sede metropolitana hace de centro geométrico de un universo centrífugo. Los diccionarios de inglés pueden incluir aportaciones australianas, jamaicanas o canadienses, del mismo modo que en el diccionario español figuran palabras argentinas, mejicanas o cubanas.
La historia de la Academia es paralela a la de España. Sufrió las mismas represiones, guerras y enfrentamientos, creció cuando el país se liberaba de los yugos militares y eclesiásticos, decaía cuando sucedía lo contrario, y se ha tecnificado cuando también nosotros hemos introducido cientos de aparatos en nuestra vida común. La Academia es un organismo vivo cuya labor tiene algo de novela de fantasía: un conjunto de sabios (muchos de ellos barbados) que se reúnen en enormes mesas para discutir y dirimir el destino de las palabras. Podría ser una escena de Tolkien.
O también de la Biblia porque, como bien sabemos, en el principio fueron las palabras. Una vez Yahve hubo creado a Adán, lo llevó de paseo por el Edén para que pusiera nombre a cada animal, planta o cosa que le interesara. Aquellas palabras son las causantes de que haya camellos y cocodrilos, arcilla y manzanos, ríos y estrellas fugaces. Luego los entes bautizados fueron tomando muchos otros nombres y también ellos variaron lentamente, pero ya nunca más se separaron de su nombre original, porque fuera del nombre no son nada, un amasijo de vísceras que se mueve durante unos años y luego desaparece.
En realidad, los únicos que en verdad a veces parece que nos separemos de nuestro nombre somos los humanos. Por ejemplo, cuando peleamos por cuestiones lingüísticas. En cuanto la interpretación de la lengua cae en manos de bárbaros y represores, los humanos pierden su nombre y dejan de existir, como sucedió en el Tercer Reich según cuenta el gran Klemperer. Agárrense a las palabras. Son nuestro flotador en el océano de la aniquilación."

¿Qué les ha parecido? A mi me ha encantado.