jueves, 30 de mayo de 2013

El asterisco

Jove decadent, de Ramón Casas

Las sociedades evolucionan y cambian y con ellas cambia el lenguaje. El léxico cambia relativamente fácil con la entrada de nuevos términos de otros idiomas o con evoluciones y creaciones del propio, pero algo tan básico como el género es difícil de cambiar porque afecta a la estructura gramatical del idioma.

Cada vez somos más sensibles a la igualdad entre los hombres y las mujeres y buscamos soluciones que mitiguen el empleo del masculino genérico en castellano. Los políticos llenan sus discursos de "los ciudadanos" y "las ciudadanas" con una solución que se ajusta a la gramática pero que alarga innecesariamente los parlamentos y que, desde luego, es imposible de utilizar en el lenguaje cotidiano.

En su último libro, Miseria y compañía, Andrés Trapiello propone esta opción: "L*s lectores de este libro hallarán aquí también esta estrella o asterisco manipulado, que hemos dado en considerar nueva vocal o vocal doble, tras haber descartado por diferentes razones el empleo de sucedáneos y equívocos, como la arroba, @, o la xuá, ə. El autor, tipógrafo aficionado considera que el uso de un lenguaje inclusivo no es ocioso ni mucho menos nocivo para la literatura escrita ni para la escritura en general. El hecho de que esta * sirva para lo escrito y no para lo hablado, no quiere decir sino que se contenta con ser leída, lo que no es poco trecho en un camino tan largo aún. Y que aquí se emplee tampoco significa que se quiera imponer a nadie, y mucho menos a las instituciones y personas que se crean competentes en este asunto y que vayan a disentir; otras, en cambio, hasta ahora opacas o soslayadas en los textos, serán visibles al fin y lo agradecerán, aunque la literatura no será desde luego mejor por el empleo de la *, pero tampoco peor." 


¿Cuál es mi opinión? Me deja un tanto desconcertada, no me gusta mucho un signo que no se puede pronunciar aunque si lo pienso bien, tampoco los paréntesis se pronuncian y en cuanto a las comillas, últimamente nos hemos inventado un gesto con las manos para explicar que lo que decimos es "entre comillas". No sé qué concluir, la verdad. ¿Qué piensan ustedes?

lunes, 27 de mayo de 2013

Siempre conmigo

Ángel del Caribe, de Paula Varona

¿Por qué decimos conmigo y no con mi que sería lo lógico después de decir con nosotros?

Veamos el camino recorrido por este término. Conmigo, (así como contigo y consigo) está formado de tres partes: la preposición con (del latín cum), el pronombre personal  (o ti o ) y una especie de pegote (go) que los hablantes no sabían de dónde salía.

En latín la preposición cum antecedía, como todas por otra parte, a un elemento lingüístico cuya función introducía, por ejemplo, cum amicis 'con los amigos'. Ahora bien, cuando este término era un pronombre personal de primera y segunda persona (me, te, nobis, vobis) o el de tercera reflexivo (se) a diferencia de todas las demás preposiciones, se posponía y formaba con ellos un mismo cuerpo lingüístico, una sola palabra: no se decía *cum me, o *cum te, sino mecum, tecum, secum, nobiscum y, el que más nos sonará, vobiscum (de dominus vobiscum).

Como tales palabras con un solo cuerpo, evolucionaron del latín al romance castellano, de forma que así como amicum se transforma en amigo, mecum, tecum y secum pasaron, respectivamente, a mego, tego y sego primero y después por analogía con , ti y , a migo, tigo y sigo. Consumado este proceso, la posposición del elemento y, sobre todo, sus cambios fonéticos disfrazaron de tal modo la preposición con, que los hablantes no la reconocían en -go. En consecuencia, antepusieron a migo, tigo y sigo un con redundante pero invisible que triunfó y ha perdurado hasta nuestros días.

De manera que cuando decimos conmigo es como si dijéramos con mí con. Y es que "Ils sont fous, ces espagnols".

viernes, 24 de mayo de 2013

Todos acabaremos pareciéndonos

Berthe Morisot, de Edouard Manet

Un prejuicio contra la entrada de vocablos de otros idiomas -léase inglés- es la consideración de que colonizará nuestro idioma y el castellano terminará siendo un spanglish irreconocible. Esta idea supone que los idiomas son entidades autónomas y suficientes, pero nada más lejos de la realidad.

El español procede del latín, como todos sabemos, pero si analizamos estadísticamente el vocabulario castellano nos encontramos con una sorpresa: tan solo la mitad del fondo léxico español procede directamente del latín, el resto, una de cada dos palabras, nos lo ha prestado otra lengua.

El inglés, ese idioma que se nos cuela por la más estrecha de las rendijas, tampoco es una lengua autónoma, de hecho, una de sus características es la de ser muy permeable a la adaptación de palabras tomadas de los más diversos idiomas, incluso los latinismos son en inglés mucho más frecuentes de lo que pensamos (recordemos, por ejemplo, literature, program, crisis, university, campus, interior, architect...).

Antoine Meillet, un filólogo francés, pensaba que las lenguas de Europa occidental acabarían pareciéndose mucho cuando los contactos entre sus hablantes se fueran estrechando. Ya hemos visto en algún otro post cómo las lenguas en contacto se prestan términos constantemente. Es posible que no se llegue a tanto como lo que pensaba Mr. Meillet pero está claro que las lenguas occidentales cada vez compartimos más términos porque cada vez nos comunicamos más.

La dispersión de hablantes es lo que hizo que las lenguas se separaran, el aislamiento es lo que mantuvo al euskera intacto, por esto mismo cuando se produce una mayor comunicación entre hablantes de distintas lenguas, estas se entremezclan y llegan a compartir una buena parte de sus términos. Es como la Torre de Babel pero al revés.

miércoles, 22 de mayo de 2013

... de cuyo nombre no quiero acordarme

Tarde, de Caspar David Friedrich

¿Se han fijado ustedes lo poco que se utiliza cuyo? A pesar de tener el honor de figurar en el primer párrafo del libro más conocido del castellano, el que empieza con "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...", a pesar de los pesares, cuyo está siendo relegado al rincón de los trastos viejos.

Cuyo es un  pronombre relativo con valor posesivo que se refiere a un sustantivo que le presta su significado léxico, como suele ir colocado delante se denomina "antecedente" y por esa misma razón funciona, además, como nexo introductor de subordinadas. Como posesivo que es, indica que lo significado por el sustantivo al que precede y con el que concuerda en género y número, pertenece a su antecedente; de ahí que cuyo equivalga a del cual, de la cual, de lo cual, de los cuales o de las cuales. Por ejemplo, "estoy leyendo un libro cuyo autor me encanta".

Cuyo es muy útil por su polivalencia y por su capacidad de síntesis y, sin embargo, en el lenguaje hablado es casi imposible escucharlo y en el escrito su presencia es cada vez más escasa.

Para rellenar el hueco que deja se recurre a dos palabras: que y su. En lugar de decir "se trata de un jugador cuyo regate es magnífico" se dice "se trata de un jugador que su regate es magnífico". ¿Quizás cuyo parece demasiado culto, elitista? No lo sé, pero el caso es que lo estamos dejando de lado a pasos agigantados. Y es una pena.

lunes, 20 de mayo de 2013

Olviden el japonés


 Maiko Study #4, Fotografía de Ethan Levitas 

Hay algunas ideas universales de las que todos somos cautivos. Una de ellas es, por ejemplo, que la potencialidad de una lengua está en proporción directa a la riqueza de la nación que la cobija. Pensemos en el inglés y en el quechua, es evidente que el inglés se desarrolla de la mano de la riqueza y pujanza de Inglaterra y Estados Unidos, mientras el quechua queda atrapado en una región sudamericana.

Pero como también es cierto que la excepción confirma la regla, esta idea se desvanece si pensamos en el caso del japonés. El japonés es una lengua que no se ha extendido en consonancia con la potencia económica, comercial y tecnológica que ha sido Japón.

Hubo un japonés, un tal Arinori Mori, que tras estudiar en Occidente, al volver a su patria recomendó a los japoneses que aprendieran inglés, se deshicieran del silabario nipón y se olvidaran del japonés, porque un idioma tan distinto y reducido a las cuatro paredes de sus islas, solo les iba a traer desventajas.

Esto sucedía en los albores del siglo XX cuando Japón no era todavía la potencia económica que fue años más tarde. Pero a Arinori Mori no le faltaba razón si enfocamos la cuestión desde el sentido común. Si contemplamos la situación desde la perspectiva de una lengua que va perdiendo terreno, incapaz de transmitir los conocimientos del mundo moderno, apostar por el caballo ganador que era el inglés no parece una idea tan descabellada.

Arinori Mori no solo fue tachado de antijaponés, sino que pagó con su vida sus ideas: murió asesinado por un ultranacionalista en 1903. Y es que la lengua, como ya hemos visto en otras ocasiones, es un elemento identitario que algunos defienden a muerte.

viernes, 17 de mayo de 2013

Los gascones (y II)

Study for "All Night Long" de Michael Andrews


Los gascones eran pescadores pero sobre todo eran comerciantes y como tales sobresalieron convirtiendo a San Sebastián en un enclave próspero y una ciudad abierta. Como ya comenté en el post anterior, se establecieron además de en San Sebastián, en Pasajes y en Hondarribia. En el archivo municipal de este último pueblo se conserva el documento de un proceso incoado en 1518 a consecuencia de una casa-torre que los habitantes de Hendaya habían construido en la orilla del río Bidasoa y que los de Hondarribia quisieron derribar a cañonazos.

En este pleito los escritos presentados por Hondarribia están en castellano y las declaraciones de los testigos de ambas partes se hallan en gascón. Pero lo mejor de todo es la explicación que en el mismo se inserta a cuenta de las lenguas usadas:

"Otrosí asentaron de conformidad que la deposición y dichos de los testigos de esta causa que por ambas partes fuesen presentados, se asentase en lengua gascona porque mejor por los dichos comisarios e nos los dichos escribanos se entenderá que en otra lengua ninguna"*

Como en San Sebastián sin duda se usaban también el euskera y el castellano, la ciudad debía ser trilingüe. Probablemente vasco y gascón eran hablados comúnmente por partes diferentes de la población, mientras que el castellano era la lengua oficial y la segunda lengua de las personas más instruidas.

El linaje gascón ha permanecido en San Sebastián hasta hace unos cien años. Los libros recogen que había una tertulia de ancianos gascones que a pesar de hablar euskera y castellano, se juntaban para hablar en gascón entre ellos. La última hablante documentada fue Eduvigis Trecett (apellido gascón donde los haya) que falleció en 1919.


* Múgica, S.: Estudios sobre San Sebastián, San Sebastián, 1980

miércoles, 15 de mayo de 2013

Los gascones (I)

Peonías, de William Merritt Chase

Una historia poco conocida es la de los gascones en San Sebastián. Y es tan interesante que se la voy a contar aunque sea resumida.

En 1152 Gascuña (una región en el suroeste de Francia) dejó de formar parte del señorío del Rey de Francia para pasar a poder de la casa real de Inglaterra, debido al matrimonio de doña Leonor con el Duque de Normandía.

Los gascones no vieron con buenos ojos este repentino cambio de nacionalidad y se levantaron en armas contra su nuevo señor, lo que produjo una corriente migratoria que los trajo a San Sebastián. El rey Sancho el Sabio vio con buenos ojos esta llegada de nuevos súbditos y les otorgó un fuero por el que se podían quedar a vivir en las faldas del Monte Urgull y entre lo que hoy es Pasajes (nombre gascón) y Hondarribia.

Su número e influencia fueron proporcionalmente mayores con el tiempo, hasta el punto de que diversos documentos oficiales de la época aparecen redactados en gascón: por ejemplo, un tratado de paz firmado en 1353 por pescadores de Baiona y San Sebastián está escrito en gascón. Hombres gascones fueron alcaldes de San Sebastián y aún hay quien afirma que sus rasgos alegres y extrovertidos quedaron para siempre en la idiosincrasia de los donostiarras:

"...introduciendo en él cosas que no son propias de la raza vasca, como la jovialidad franca y retozona, cierta viveza de ingenio muy meridional y muy "gauloise" y hasta el instinto satírico, no encendido, vehemente y mordaz, sino apacible, alegre, risueño: ese instinto satírico que no nace de la indignación, sino de cierta congénita e irremediable propensión a la risa, y de cierta facilidad especial para ver el aspecto ridículo de las cosas".*



* Echegaray, C.: Investigaciones históricas de Guipúzcoa, San Sebastián, 1983

lunes, 13 de mayo de 2013

No es lo mismo ikastola que escuela

Mujer con abanico, de Gustav Klimt

Si hay algunas palabras vascas -como la ya comentada txirristra- que parecen haber estado desde siempre en el castellano de Gipuzkoa, hay otras que se han incorporado recientemente y no porque no tengan traducción, que la tienen, sino porque su significado en castellano alude a un referente distinto.

Veámoslo con algunos ejemplos: palabras como ikastola, andereño, ertzaina o bertsolari no son lo mismo que su traducción literal, que sería: escuela, profesora, policía o poeta oral. Ikastola es un colegio en el que la enseñanza se imparte en euskera, andereño es la profesora que imparte clases en una ikastola, ertzaina es un miembro de la policía vasca y bertsolari alude a un poeta que improvisa en euskera de acuerdo con unas determinadas reglas.

Ninguno de estos significados podría expresarse con su equivalente castellano, por eso las palabras vascas traspasan la frontera lingüística y se incorporan al español que se habla en la mayor parte de Euskadi.  De hecho, algunas de estas palabras pueden ser oídas en pleno Telediario sin que nos extrañe lo más mínimo.

Hay otros términos que entran en competencia con su correspondiente castellano, por ejemplo, aitas viene a sustituir a padres, con la peculiaridad además de ser una traducción literal, ya que la entidad padre y madre en euskera (un idioma menos sexista que el castellano) se dice gurasoak, mientras en castellano se utiliza el plural del masculino padre. Ambos términos conviven en la actualidad dependiendo únicamente de la voluntad del hablante que lo mismo puede decir ¿dónde están los aitas? o ¿están tus padres en casa?

viernes, 10 de mayo de 2013

El asperón

Self-Portrait with Horn, de Max Beckmann

Yo no sé si a ustedes les habrá pasado que una palabra largamente olvidada les lleve de repente derechitos a la infancia, algo así como el fenómeno de la magdalena de Proust. A mi me ocurrió hace poco con una palabra ordinaria y absurda: asperón.

El asperón era una especie de piedra de arenisca que se utilizaba para fregar los platos y las cazuelas, a veces lo cogíamos en el monte, allí donde había tierra roja. No había oído esta palabra desde hace muchos años, supongo que casi tantos como los que hace que el asperón fue sustituido por el Fairy, pero fue oírla y recordar los anchos campos de maíz y aquella casa rosa con un balcón largo lleno de geranios, mi madre que siempre tenía 33 años y la ropa extendida al sol sobre la hierba.

Un buen ejercicio sería escribir un corpus con las palabras que se quedaron en la infancia de cada uno.


miércoles, 8 de mayo de 2013

Atestado de la Guardia Civil

Alexander Sacharoff, de Jawlensky

Hoy les traigo aquí un chiste entre gramático y de humor negro. Está tomado de "El arca de las palabras" de Andrés Trapiello.

"Sucedió cierto día a un sargento de la Guardia Civil de Trafico y al numero que le asistía. Levantaban acta de un atroz accidente de coches. Dictaba el sargento y anotaba el compañero en una libreta. El espectáculo era dantesco, chatarra humeante, chapas arrugadas, el asfalto sembrado de cristales como garbanzos, charcos de gasolina, de aceite, sangre, muertos... El cuerpo de uno de estos, horriblemente mutilado, había quedado desparramado en un área extensa. El sargento, avezado en esos trámites, no parecía impresionado. Al contrario. Hacía gala de su sangre fría. Tampoco el número se mostraba mayormente alterado. Buscaba el sargento por los contornos, y le seguía de cerca, como un secretario, el guardia. "Apunte, Carrizales (que así se llamaba): "un pie, en la calzada". Daba unos pasos el sargento, y añadía: "Apunte, brazo derecho, en la calzada"... Y así con otros tristes despojos, hasta que al fin apareció la cabeza: "Anote Carrizales: la cabeza, en el arcén". Hubo un silencio, y al cabo de un rato se oyó la voz dubitativa de Carrizales: "Mi sargento, ¿arcén se escribe con hache o sin hache?". El sargento dudo unos segundos. Estaba aún junto a la cabeza del accidentado; disimuladamente le propinó un discreto puntapié y dijo: "La cabeza, en la calzada".

La estrategia es fundamental, incluso cuando se trata de ortografía.

viernes, 3 de mayo de 2013

El tobogán se llama txirristra

Fuenterrabía, de Menchu Gal

Como probablemente los lectores de este blog ya sabrán, vivo en San Sebastián, una ciudad bilingüe en la que conviven (que no malviven) el euskera y el castellano. Esta situación además de bilingüismo se suele conocer también como de "lenguas en contacto" y es perfecta para que los hablantes tanto de una lengua sólo, como de las dos se expresen saltando de un idioma a otro.

Teniendo en cuenta que el léxico está mucho menos rígidamente estructurado que la fonética o la morfología, se convierte en el campo más propicio para los préstamos, tanto es así que muchas de las personas unilingües ni siquiera los reconocen como tales, sino que los toman por palabras de su propia lengua.

Como ya señaló el gran Mitxelena: "los vocabularios de lenguas que conviven en zonas próximas, cualquiera que sea su filiación genealógica, tienen mucho más de vasos comunicantes que de compartimentos estancos."*

En Gipuzkoa al tobogán se le llama txirristra, incluso entre las personas que no saben euskera, ¿por qué? Porque siempre han oído que ese objeto que sirve para que los niños se deslicen después de encaramarse por unas escalerillas, es una txirristra. De hecho, yo supe que en castellano se decía tobogán en Jaca porque no me entendían cuando yo preguntaba si me podía subir a la txirristra. 

A veces la palabra tiene tan larga vida en castellano que se integra gramaticalmente y se convierte en verbo con su correspondiente terminación de infinitivo castellano, como por ejemplo el euskera zirikatu del que tenemos el 'castellano' zirikar, que significa algo así como 'chinchar'. Y es que la creatividad de los hablantes no tiene más límite cuando hablan (escribir es otra historia) que el de ser entendidos.


* Mitxelena, Luis: Sobre el pasado de la lengua vasca, San Sebastián, 1964