Blue water lilies, de Claude Monet |
Lo más natural del mundo es que la semana tenga siete días, pero sólo porque siempre ha sido así, porque si lo pensamos despacio, bien podrían haber sido seis u ocho. La división del mes lunar en periodos de siete días probablemente comenzara como una conmemoración de la creación del mundo en seis días más un séptimo de descanso.
El concepto de semana, del latín septimana 'de siete', es de origen hebreo o caldeo; en el Libro del Génesis aparece ya mencionado como unidad de tiempo. No obstante, la semana romana tuvo ocho días hasta el año 303 cuando, en tiempos del emperador Constantino I, el reconocimiento oficial de la religión cristiana hizo necesario celebrar el Sabbath cada siete, al modo en que lo hacían los antiguos judíos y caldeos.
En las primeras comunidades cristianas surgió el deseo de distinguir los ritos cristianos de los de los judíos, y especialmente de diferenciar cuál era para ellos el día del señor. Para los judíos el día sagrado era -y es- el sábado. Los cristianos optaron por designar como dies dominicus (día del señor) el primer día del calendario romano, es decir, el posterior al sábado judío, que hasta entonces estaba consagrado al sol y era llamado en consecuencia dies solis, de donde proviene el anglosajón Sunday. El emperador Constantino I lo instituyó como día de descanso consagrado al culto y de ahí nuestro domingo.
De aquí proceden las diferentes formas de empezar la semana de algunos calendarios. Si se toma como referencia la semana litúrgica, la semana empieza el domingo y si se toma la civil, la semana empieza el lunes. Ese lunes que tanto nos cuesta afrontar pero que, como dice un anuncio, ¿cuándo nos íbamos a contar el fin de semana si no hubiera lunes?
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