miércoles, 26 de septiembre de 2012

La palabra exacta

Amaral

Según un estudio de la Universidad Pompeu Fabra y el Instituto Catalán de Investigación y Estudios Avanzados, nuestro cerebro tarda menos de medio segundo en encontrar la palabra que buscamos. Otra cosa es si esa palabra que encontramos es en realidad una palabra aproximada a lo que queremos decir o si es la palabra exacta.

La palabra justa (le juste mot, en francés), la que describe intrínsecamente lo que queremos expresar se resiste a veces, se esconde en los vericuetos de nuestras neuronas y, como dice esa preciosa canción de Amaral: "cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya y si no encuentro la palabra exacta...".

¡Cómo hablar! Según los científicos cuando hablamos la mente hace un escaneo rápido de las posibilidades y escoge una palabra con una velocidad asombrosa, de otra manera no podríamos hablar, pero cuando no encontramos la palabra exacta... nos detenemos, dudamos, buscamos por todos los recovecos de nuestra mente y si no la encontramos, sentimos que no hemos conseguido expresar bien lo que queríamos decir. Recurrimos a perífrasis, damos rodeos "es como si...", "cómo te explicaría yo..." y a menudo soltamos un "no sé si me entiendes" que cuando queremos ser educados se transforma en "no sé si me he explicado".

Hay personas que se explican bien y otras no tanto, algunos utilizan un vocabulario muy reducido con profusión de palabras comodín como 'cosa', 'cacharro', 'chisme', 'cachivache'... de manera que hablen de lo que hablen, casi todo lo resuelven con los mismas términos; otros disponen de una variedad más amplia de repertorio, escogen las palabras, las encajan en su justo lugar y es un auténtico placer escucharles hablar.

De escribir hablaremos otro día.




viernes, 21 de septiembre de 2012

Chao, bambino

Pierre-Auguste Renoir

No teman, no me despido, solo pretendo arrojar alguna luz sobre ese término tan universal para la despedida. El uso de chao se extiende a todos los países de habla hispana en general  y además al portugués, francés, inglés, alemán, hungaro, checo y eslovaco, ahí es nada.

En italiano el actual ciao procede de sciavo, a su vez del latín sclavus (esclavo, servidor, sirviente) por lo que al despedirse con chao se pretendía en su origen decir algo así como "considérame tu servidor". En España hace unos cuantos años había una expresión parecida para designarse uno mismo, por ejemplo, cuando en una lista se pronunciaba un nombre, el aludido respondía con un: "¡servidor!". E incluso, también en otros tiempos, las cartas se despedían con la fórmula "su seguro servidor" que llegaron a abreviarse en un "s.s.s.".

¡Chao! ¡Que tengan un buen día!


miércoles, 19 de septiembre de 2012

Los jeans y el denim



Jacob Davis y Levi Strauss se asociaron allí por 1873 con el objetivo de fabricar unos pantalones cómodos y resistentes para que los mineros los usaran para trabajar y no se quejaran -como era habitual- de que se rompían enseguida. Como ya se habrán imaginado, inventaron lo que nosotros conocemos como jeans o pantalones vaqueros.

Los pantalones que hicieron famoso a Levi Strauss (¿y dónde quedó Jacob Davis?) se confeccionaron con  tela de geanes, de origen genovés, de ahí el nombre de jeans con que se conoce a los pantalones de ese estilo. Esta tela era de un lino muy resistente que se utilizaba para las velas de los barcos y que Davis y Strauss tiñeron de azul oscuro para que fuera más sufrida. Cuando esta tela se acabó la sustituyeron con un tipo de tejido llamado serge que era de la ciudad francesa de Nîmes, de donde procede el término denim.

Estas etimologías me plantean dos reflexiones curiosas: cuán a menudo la historia de las cosas está detrás de la palabra que les da nombre y cómo algo tan genuinamente americano como los pantalones vaqueros hunde sus raíces en Europa: el señor Strauss era de origen alemán; la tela de los jeans, italiana y la del denim, francesa. Si es que el mundo es un pañuelo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

La bandera española es gualda y el periodismo amarillo

Mark Rothko

Gualda es el nombre de una planta de la que se obtiene un tinte amarillo. La palabra procede del germano  walda y lo más probable es que este término fuera considerado más culto, más enaltecedor que el amarillo puro y duro y por esta razón se empleara para describir el amarillo de la bandera española que, como  ustedes saben, es roja y gualda o rojigualda y no roja y amarilla.

Amarillo, en cambio, procede de amarellus, diminutivo del latín amarus, 'amargo', por la identificación tradicional de algunos venenos con ese color. Cuando tenemos ictericia nos ponemos amarillos como amarilla es la bilis. El limón es amarillo y amargo a la vez. Hay un Premio Limón para aquellos famosos antipáticos y un Premio Naranja para los simpáticos.

En el mundo del espectáculo el amarillo es considerado un color que da mala suerte y popularmente el amarillo se asocia con la envidia y los celos. En inglés se llama periodismo amarillo al periodismo sensacionalista y escandaloso, al que destila veneno y amargor.

Los sindicatos amarillos eran conocidos hace unos años en el mundo laboral como sindicatos vendidos, sindicatos controlados por la patronal y no por los trabajadores. De por qué se llama así a este tipo de sindicatos hay dos versiones: según unos, la expresión proviene del inglés yellow dog donde yellow significa 'cobarde'; y según otros, el nombre proviene de Francia porque la antigua agrupación sindical Unión federativa de sindicatos y grupos obreros profesionales de Francia y las colonias tenía los cristales tapados con papel transparente amarillo.

En el fútbol el árbitro saca tarjeta amarilla para señalar una falta y el refrán popular dice que "más vale ponerse una vez rojo que ciento amarillo". Si a esto le añadimos que el amarillo no es muy favorecedor precisamente, está claro que es un color con tintes malditos.

martes, 11 de septiembre de 2012

El peso de la arroba


El primer correo electrónico fue enviado entre estos dos ordenadores

Uno de los símbolos tipográficos más universales en la actualidad es, sin duda, la @, expresada como arroba en español. Fue rescatada, que no inventada,  por el creador del correo electrónico, Ray Tomlison, en 1971. Al parecer era un símbolo de los teclados ingleses poco usado, por lo que su utilización no suponía confusión o litigio con ninguna otra área del conocimiento. El símbolo pasó de no ser usado apenas a estar por todas partes.

En castellano el término arroba es muy antiguo y procede de una raíz hebrea y árabe que significaba "cuarta parte". La arroba era una medida de peso que equivalía a 25 libras (11,5 kg) y a una cuarta parte de un quintal castellano (100 libras).

Actualmente el signo @ se ha popularizado también para expresar que una palabra incluye los dos géneros: compañer@s. Personalmente no me gusta nada porque ¿cómo pronuncian ustedes compañer@s? Compañeros y compañeras ¿verdad? Pues eso.

Sin embargo, no deja de ser curioso que se haya rescatado un término ancestral para una innovación tecnológica.




jueves, 6 de septiembre de 2012

Gilda y el adefesio

Rita Hayworth en una escena de Gilda

En otras ocasiones hemos hablado de la capacidad de la lengua para crear palabras, bien importadas de otros idiomas, bien derivadas del propio. Pero también hay palabras que se abandonan, que pasan de moda, que se desechan porque ya no nos sirven. Veamos algunas de estas últimas: 

Adefesio es una palabra que procede de la epístola de San Pablo Ad Ephesios y que alude a la inutilidad de la predicación del apóstol en esta ciudad, donde estuvo a punto de sufrir martirio a manos de la plebe.
Antes se decía "ir hecho un adefesio", que significaba algo así como no ir bien vestido, ir de cualquier manera. La libertad actual precisamente de "ir como uno quiera" ha hecho que ya no califiquemos a nadie de adefesio. Ahora uno es fashion, cool, snob o freaky, pero nunca adefesio.

Afiche, de origen francés, era un cartel publicitario que anunciaba algún evento. Ahora la palabra ha desaparecido de la escena y ha sido sustituida por el tradicional cartel. 

Aldaba era una pieza de metal colocada en la puerta de la calle con la finalidad de llamar. Todavía hay aldabas de adorno en algunas casas, sobre todo en chalets o adosados, pero en las puertas hoy tenemos un timbre y no una aldaba, por lo que la palabra apenas se usa.

Ambigú, de claro origen francés, era el bar de un teatro o cine al que se acudía en el descanso. Ahora ni hay bar en los teatros o cines ni, generalmente, hay descanso.

Carabina, usada en el sentido de ir de carabina se decía de la persona que se enviaba con una pareja para observar y controlar su comportamiento. En la actualidad nuestros adolescentes se pasean solos con total libertad y en lugar de carabina les ponemos chófer para su regreso a casa.

Fresquera era un armario colocado en el balcón o empotrado en la parte exterior de la casa donde se guardaban los alimentos perecederos al fresco, de ahí su nombre. Hace ya unos cuantos años que la fresquera ha desaparecido de nuestras casas sustituida por el frigorífico.

Gilda designaba a una mujer especialmente guapa y con buen tipo. El nombre procedía de la película del mismo nombre interpretada por Rita Hayworth que causó gran revuelo y escándalo cuando fue estrenada (1946) y cuyo impacto perduró muchos años.






lunes, 3 de septiembre de 2012

No tengo palabras

Mark Rothko

Pensando en palabras a veces me da por pensar en la no-palabra. En esos momentos en los que nos quedamos mudos, en los que no encontramos palabras. En los recientes Juegos Olímpicos celebrados en Londres, la entrevistadora de TVE preguntó a una de nuestras ganadoras: "¿Qué sientes ante esta victoria?". La atleta enmudeció un momento, volvió la vista hacia arriba como buscando inspiración en el cielo y respondió un poco azorada: "No tengo palabras para expresarlo".

No tengo palabras es quizás la expresión más emocionada para describir algo. Hay momentos en los que nos quedamos sin un triste adjetivo que llevarnos a la boca: ante la belleza de una obra de arte, ante un atardecer, ante la felicidad inmensa de los primeros pasos de un hijo. Qué adjetivo encontrar, qué palabra albergaría la inmensidad de la belleza, qué expresión para describir la alegría desbocada...

Estoy segura de que hay palabras para expresar lo que sentimos, lo que vemos, lo que pensamos... no hay más que leer a Proust y a otros muchos de los grandes escritores para comprobarlo, pero serían muchas, una retahíla de palabras y a veces, así a bote pronto, nos cuesta encontrarlas.