Sixto Rodríguez, Sugar Man |
La mayoría estamos convencidos de que nos gustaría tener más cosas en la vida. Nos gustaría ser más altos, más guapos, más ricos y sobre todo que la vida fuera más justa con nosotros. Puesto que somos listos, trabajadores y buenas personas ¿por qué no tenemos más fama que -pongamos- David Bisbal? Si tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor, ¿por qué siempre nos falta alguna?
Esta reflexión se me ocurre después de ver el documental "Searching for Sugar Man", en el que se cuenta la vida de Sugar Man, un cantante y compositor que ve su vida desdoblada de la noche a la mañana. ¿Aquello de cómo fue y cómo pudo haber sido? Pues eso. Este hombre grabó unas canciones que pasaron sin pena ni gloria en su país, Estados Unidos, pero que fueron auténticos éxitos de masas en Sudáfrica, ventajas de hablar el mismo idioma. En este país fueron conocidas en un momento en el que el apartheid mantenía a la población bajo una férrea censura. Las canciones de Sugar Man hablaban de libertad y rebeldía y fueron pasando de mano en mano convirtiéndose en un himno, algo así como la Grândola, Vila Morena de Sudáfrica.
Pero Sugar Man nunca lo supo. En torno a él se extendió una leyenda que hablaba de su muerte, de que se había suicidado prendiéndose fuego en el escenario, y el mito creció y creció mientras Sixto Rodríguez, que este es el verdadero nombre de este genio, trabajaba de albañil en Detroit.
Un día, una de sus hijas encuentra una referencia a él en una revista y se pone en contacto con los editores para explicarles que su padre no está muerto. La noticia llega a Sudáfrica y la población enloquece pensando en ver actuar en vivo y en directo al que escucharon tantas veces en la clandestinidad.
Sugar Man, divertido ante este giro de su vida, viaja al país africano con sus hijas. Se sube a un escenario, él que solo ha pisado andamios en los últimos treinta años, y canta ante 20.000 personas. Está contento de ver su talento reconocido pero no enloquece de vanidad. Disfruta, canta, toca la guitarra, firma autógrafos y se deja querer, pero no olvida dónde está su casa.
Y se vuelve a Detroit, al modesto barrio en el que ha vivido siempre, no da nada por perdido, ni la fama que ha dejado de vivir, ni la riqueza que pudo haber sido y no fue, ni su lugar en la historia de la música. La vida que tenía es en realidad la que quería tener y a ella vuelve con la serenidad de un monje budista.
PD. No olvido mis orígenes, es decir, este es un blog que habla de lenguaje, pero de vez en cuando me permito una canita al aire. Los lectores me dan alas y luego pasan estas cosas.
Una canita al aire que los lectores disculpamos. ¿Qué digo disculpamos? Agradecemos. Incluso le solicitamos incremente su espíritu farrero.
ResponderEliminarJosean
Gracias, Josean.
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