viernes, 24 de mayo de 2013

Todos acabaremos pareciéndonos

Berthe Morisot, de Edouard Manet

Un prejuicio contra la entrada de vocablos de otros idiomas -léase inglés- es la consideración de que colonizará nuestro idioma y el castellano terminará siendo un spanglish irreconocible. Esta idea supone que los idiomas son entidades autónomas y suficientes, pero nada más lejos de la realidad.

El español procede del latín, como todos sabemos, pero si analizamos estadísticamente el vocabulario castellano nos encontramos con una sorpresa: tan solo la mitad del fondo léxico español procede directamente del latín, el resto, una de cada dos palabras, nos lo ha prestado otra lengua.

El inglés, ese idioma que se nos cuela por la más estrecha de las rendijas, tampoco es una lengua autónoma, de hecho, una de sus características es la de ser muy permeable a la adaptación de palabras tomadas de los más diversos idiomas, incluso los latinismos son en inglés mucho más frecuentes de lo que pensamos (recordemos, por ejemplo, literature, program, crisis, university, campus, interior, architect...).

Antoine Meillet, un filólogo francés, pensaba que las lenguas de Europa occidental acabarían pareciéndose mucho cuando los contactos entre sus hablantes se fueran estrechando. Ya hemos visto en algún otro post cómo las lenguas en contacto se prestan términos constantemente. Es posible que no se llegue a tanto como lo que pensaba Mr. Meillet pero está claro que las lenguas occidentales cada vez compartimos más términos porque cada vez nos comunicamos más.

La dispersión de hablantes es lo que hizo que las lenguas se separaran, el aislamiento es lo que mantuvo al euskera intacto, por esto mismo cuando se produce una mayor comunicación entre hablantes de distintas lenguas, estas se entremezclan y llegan a compartir una buena parte de sus términos. Es como la Torre de Babel pero al revés.

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