martes, 31 de marzo de 2015

Los libros que se dejan los viajeros en los aviones

At the Station, de Giuseppe Ricci

"El otro día nos dijo un rastrista:
-Me ha entrado un lote de dos mil libros ingleses, vengan ustedes a verlos el martes. El lunes no, porque esto lo cierro. El martes.
Hemos estado hoy a verlos.
Los tenía metidos en cestos y ocupaban toda la cueva que abre sus bóvedas debajo de la almoneda. No era verdad que fuesen todos ingleses. Los había en ruso, en japonés, en holandés, en hebreo, alguno en español. Eran todos best-sellers.
Estábamos J. M. y yo asombrados. Nos preguntábamos, ¿De dónde vendrán? ¡Qué libros tan raros! Eran todos muy malos.
Intentábamos aplicar nuestras dotes detectivescas, sin éxito, hasta que descubrimos en uno de ellos una tarjeta de embarque, y luego otras entre las páginas, como señaladores.
Se trataba de los libros que se dejan los viajeros en los aviones de Iberia. Allí debe de haber uno que los junta y los trae al Rastro a venderlos. No creo que le dieran por ellos nada de sustancia.
De todo eso yo he concluido dos cosas. Esto que quiere hacer uno con la literatura es absurdo. Nunca lo conseguiremos a la vista del gusto del público, que es execrable (el gusto y el público). Y en segundo lugar, comprobando lo que la gente lee, lo razonable es que tendría que haber más accidentes de avión, como se entresaca la remolacha, como se purgan los gatos, como se selecciona la raza por epidemias periódicas."

Trapiello, Andrés: Los Caballeros del punto fijo

sábado, 28 de marzo de 2015

La cohesión del español

Femme en Kimono, de Mary Brewster Hazelton

Algo que no nos llama suficientemente la atención es la cohesión del español. Es, cuando menos, curioso que el idioma que se habla en Venezuela sea el mismo que el que se habla en Argentina, España, Cuba o las Islas Canarias. Algo que no sucede con otras lenguas que pasan por unitarias porque tienen un nombre común -el árabe, por ejemplo- y que están absolutamente ramificadas y constituyen un conjunto de sistemas diversos.

Dicen los lingüistas que buena parte del éxito de esta cohesión del español la tienen sus cinco vocales netamente diferenciadas, sin vocales mixtas ni intermedias, sin diferencias en su intensidad (¿tendrán también estas cinco vocales la culpa de que nos resulten tan difíciles de pronunciar las inglesas?).

Una lengua separada por un océano y numerosas fronteras políticas que se mantiene unida desde hace más de cinco siglos es un fenómeno notable y loable (lo hable quien lo hable)*.


* Tomado del título de un libro de Luis Piedrahita

martes, 24 de marzo de 2015

Nostalgia de la poesía

Yellow eyes, de Anna Wypych

"Uno tiene, sin saber cómo, un día, de pronto, nostalgia de la poesía. Y quiere vivir en otro acento, en otro pulso de cada cosa, en otro siglo, pasado o venidero, por parecerle más justo que el suyo. Y se encienden en él las llamas de una sonata, y quiere prenderle fuego a todo, como los románticos, y pronunciar palabras absolutas sin sentir vergüenza, al tiempo que las absolutas empiezan a estar para él enteramente desnudas, como mujeres ideales y verdaderas amantes. Empezar a hablar y transcribir cada pulso del alma, de las cosas, de los sueños y dejarlo todo al final sin nostalgia, con la verdadera alegría de quienes no precisan ya más de este mundo. Tras la poesía espera siempre un sentimiento de renuncia, la verdadera renuncia y el sentimiento de los contrarios. Cuanto menos, más; cuanto más, menos."

Trapiello, Andrés: Los Caballeros del punto fijo

viernes, 20 de marzo de 2015

Cinco mil años de palabras

A Day at the Sea, de Dorothea Sharp

Les aseguro que encontrarse un ingeniero que escriba de lenguaje es algo muy raro y extravagante. Que esa persona sea además economista y concertista de violonchelo de nivel internacional, ya raya con la ciencia ficción. Les hablo de Carlos Prieto, un mexicano que ha escrito Cinco mil años de palabras, un precioso libro dedicado al lenguaje. A él pertenece la siguiente cita:

"Una de las dificultades del aprendizaje del portugués para los hispanohablantes estriba en su parecido con el español. Por gravedad se desliza uno con demasiada facilidad a ese híbrido llamado "portuñol".

Permítaseme contar una de mis primeras experiencias con la lengua portuguesa. En 1990 di un concierto en el fabuloso teatro Amazonas, en Manaua, en la confluencia del Río Negro y el Amazonas. Decidí modificar el programa y anunciar yo mismo en qué consistían los cambios. Preparé unas cuantas frases en portugués y las ensayé un par de veces ante dos doctos brasileños que me corrigieron un poco y me aseguraron que las frases estaban en un portugués perfecto. Al terminar el concierto, dos señoras fueron tan amables de ir a saludarme al camerino y me felicitaron por mi breve intervención, "dicha en un castellano tan puro y tan claro que logramos comprenderla perfectamente". Fue esta una lección de humildad que me quedó profundamente grabada".

Y, sin tener mucho que ver con ello pero al hilo, ¿no les parece que vivimos de espaldas a Portugal y al portugués, siendo como somos vecinos puerta con puerta? Es algo cuya razón desconozco, pero que de vez en cuando me viene a la cabeza.

martes, 17 de marzo de 2015

Las lenguas sirven para entenderse, o no

Waldweg Im Prater, de Carl Moll

Hay ocasiones en las que la lengua propia, más que en un patrimonio personal, se convierte en un elemento que disturba. Es difícil de entender, pero hay personas que sienten la lengua que hablan, aunque sea su lengua materna, como una lengua que les fue impuesta y que les gustaría olvidar. Cosa harto difícil, pues es más complicado olvidar una lengua que aprenderla.

Tuve un profesor en la universidad que explicaba (en castellano, su lengua materna) que él hablaba euskera por deseo propio e inglés por necesidad, renegando del castellano. Comprendo que uno quiera aprender una lengua que le ha sido negada de pequeño y que considera la lengua del territorio en el que ha nacido, pero ¿por qué renunciar a todo lo que aporta un idioma que ya conoces? Por cuestiones ideológicas sin duda, pero es una pena, porque un idioma no es propiedad de nadie, un idioma trasciende la ideología de un determinado momento político, tiene una literatura que estará escrita, sin duda, por personas de muy diferentes formas de pensar.

Las lenguas, que en sí son neutras, no son ni imperialistas ni inferiores, se ven teñidas por el color de la sociedad que las habla en un determinado momento. Así, el euskera ha sido rechazado en Euskadi por una parte de la población por ser percibido como la lengua de ETA y el español es demonizado por otra parte de la sociedad vasca por entender que es un idioma impuesto.

Por suerte, la mayoría en este caso no es silenciosa, es bilingüe y tiene tendencia a entenderse.

sábado, 14 de marzo de 2015

La nostalgia, quizás

Meghan, de Karen Offutt

Recuerdo una película que contaba una historia normal, pero que para mí fue lo más triste que he podido ver en el cine. Cuando lo pienso bien, no creo que sea tan triste, aunque a mí me lo pareció. Jodie Foster, la hija de la historia viajaba para pasar las Navidades con su familia. Es habitual que los americanos se vayan a vivir a cientos y aún miles de kilómetros de distancia de sus familias y que después las visitas se vayan espaciando y pasen años sin verse e incluso se pierdan la pista. Pero en la película la familia al completo se reunía esas Navidades. Surgían las cuestiones habituales, discutían, se reconciliaban, nada nuevo bajo el sol.

Pero lo que a mí me pareció insoportablemente triste, es que el padre bajaba al sótano y allí, en un viejo sofá orejero, pasaba las tardes viendo vídeos de cuando sus hijos eran pequeños. Y en esos vídeos Jodie Foster y sus hermanos jugaban con su padre, reían, miraban a la cámara curiosos o corrían a subirse a un árbol. Y el padre, sentado en el sótano, detenía el tiempo de soledad en el que vivía para volver a ese en el que sus hijos eran pequeños y en el que, aunque él entonces no lo sabia, era feliz.

Y yo pensé que a mi me pasaría lo mismo, que consumiría mi invierno viendo vídeos en los que aparecieran mis hijos pequeños y eso me produce una gran tristeza, aunque no sé muy bien por qué.

jueves, 12 de marzo de 2015

La risa de Dolores

Zeli, de Sharon Sprung

"Dolores habla y se ríe, come y se ríe, calla y se ríe. Le sale la risa como a una granada abierta en sazón: todo es sazón en Dolores.
-Dolores, ¿cuándo vas a dejar de reír?
Dolores farfulla algo riéndose, riéndose con los ojos, con los carrillos, con el pelo, con los brazos, riéndosele el cuerpo, farfulla algo que traducido:
-Yo no sé cuando voy a dejar de reírme.
Se ríen sus dieciocho años por todas partes, cuando está en la aceituna tirada en los suelos (con el frío que hace en la aceituna, cómo se le ponen a una las manos), cuando friega, cuando lava, cuando canta, cuando sale con el novio, le sale el chorro, la granada de su risa, le estalla abriendo a la alegría de su dentadura, chorreando en el aire el surtidor fresco de su risa.
-Yo qué sé cuándo voy a dejar de reírme."

Muñoz Rojas, José Antonio: Las cosas del campo