Iris, de Vincent Van Gogh |
Las palabras son la materia prima de trabajo de los escritores. Con ellas crean historias, fabulan, describen y nos transportan. Ellos nos regalan una vida distinta en cada libro, un paisaje, un país, un mundo entero solo alineando palabras una detrás de otra.
Al abrir un libro nos metemos en la piel de un asesino, un artista, un hombre de leyes o un suicida. El hombre es mujer y la mujer, hombre, los dos pueden saber cómo se siente un homosexual y qué felicidad depara la vida al enamorado o cuánto dolor supone la pérdida de un hijo.
Hay frases con una capacidad evocadora maravillosa: El molino ya no está, pero el viento sigue allí, escribió Vincent Van Gogh en una carta a un amigo. ¿No es una frase melancólica y misteriosa?, ¿no es poesía pura? Curiosamente la escribió un pintor, alguien que se expresaba por medio de un pincel y no con la pluma. ¿Quizás las palabras se le quedaban cortas?
No le sucedía lo mismo a Carlos Fuentes, de quien es esta cita que me ha gustado mucho:
"Usamos palabras para amar, pedir, injuriar, exaltar, saludar. Gastamos las palabras en el roce diario del trabajo, el movimiento, el trato con amigos y extraños; el cariño con mujer e hijos, la blasfemia contra enemigos, la adulación de poderosos, la información, la noticia, la conclusión... Las palabras son la moneda de cobre de la vida diaria. Pero pueden ser el conducto que salva a las propias palabras de su condición consuetudinaria y las convierte en oro de la poesía y el pensamiento. Cuesta rebajar la música. Más aún cuesta elevar la palabra".*
* Carlos Prieto: Cinco mil años de palabras, Fondo de Cultura Económica, 2005. Prólogo de Carlos Fuentes.
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