lunes, 17 de septiembre de 2012

La bandera española es gualda y el periodismo amarillo

Mark Rothko

Gualda es el nombre de una planta de la que se obtiene un tinte amarillo. La palabra procede del germano  walda y lo más probable es que este término fuera considerado más culto, más enaltecedor que el amarillo puro y duro y por esta razón se empleara para describir el amarillo de la bandera española que, como  ustedes saben, es roja y gualda o rojigualda y no roja y amarilla.

Amarillo, en cambio, procede de amarellus, diminutivo del latín amarus, 'amargo', por la identificación tradicional de algunos venenos con ese color. Cuando tenemos ictericia nos ponemos amarillos como amarilla es la bilis. El limón es amarillo y amargo a la vez. Hay un Premio Limón para aquellos famosos antipáticos y un Premio Naranja para los simpáticos.

En el mundo del espectáculo el amarillo es considerado un color que da mala suerte y popularmente el amarillo se asocia con la envidia y los celos. En inglés se llama periodismo amarillo al periodismo sensacionalista y escandaloso, al que destila veneno y amargor.

Los sindicatos amarillos eran conocidos hace unos años en el mundo laboral como sindicatos vendidos, sindicatos controlados por la patronal y no por los trabajadores. De por qué se llama así a este tipo de sindicatos hay dos versiones: según unos, la expresión proviene del inglés yellow dog donde yellow significa 'cobarde'; y según otros, el nombre proviene de Francia porque la antigua agrupación sindical Unión federativa de sindicatos y grupos obreros profesionales de Francia y las colonias tenía los cristales tapados con papel transparente amarillo.

En el fútbol el árbitro saca tarjeta amarilla para señalar una falta y el refrán popular dice que "más vale ponerse una vez rojo que ciento amarillo". Si a esto le añadimos que el amarillo no es muy favorecedor precisamente, está claro que es un color con tintes malditos.

1 comentario:

  1. Yo tenía entendido que el nombre de "sindicatos amarillos" se debía al color de la bandera del Vaticano, pues eran considerados como sindicatos de conciliación y no de clase. El término ha servido para acusar a cualquier sindicato cuando se juzga su falta de combatividad, olvidando la gran paradoja de la acción sindical, por muy anticapitalista que sea: que para que sea eficaz tiene que acabar firmando con su oponente, con lo que la acusación de amarillismo siempre está en la recámara dispuesta para disparar.
    Josean

    ResponderEliminar