La Gamme Jaune, de Frantisek Kupka |
Me resulta curioso comprobar que en países que consideramos muy diferentes, y que puede que lo sean, a menudo suceden las mismas cosas que en el nuestro. Recuerdo un viaje a Holanda, en un tiempo en el que yo pensaba que tan al norte de Europa todo sería distinto, que los holandeses serían muy adelantados, que estarían a años luz de nosotros y ¿saben ustedes qué es lo que me asombró? Que lo único que esos seres altos, blancos y rubios querían, era ser felices. Querían tener un trabajo y una casa y alguna persona a la que querer. Como yo, como nosotros, ni más ni menos.
Riitta Eronen, la lingüista finlandesa de la que hablamos en un post anterior, se asombra de lo multiculturales que son los jóvenes: "Hablan adoptando y adaptando creativamente palabras de diferentes fuentes". Pues sí, los jóvenes, aquí y allí, no tienen prejuicios a la hora de utilizar un término que defina lo que quieren decir, tanto les da si es de su propio idioma o de otro.
La población finlandesa, también como las demás, suele alterar esas palabras que importa para poder pronunciarlas más fácilmente. Añaden una vocal de apoyo al final, en general la i, y a veces duplican las consonantes (por ejemplo, dicen hattu, del inglés hat, 'sombrero'). El finés apenas usa las letras b, c, d, f y g, y así los préstamos lingüísticos suelen sustituirlas por sus equivalentes fineses más cercanos: p, k, v y k respectivamente.
Estos procesos explican que el inglés bank, 'banco', haya derivado en pankki, 'café' en kahvi, 'doctor' se diga tohtori y, la más reconocible, hevimusiikki sea 'música heavy'.
No sé si decir que "nada nuevo bajo el sol" o que, al fin y al cabo, todos humanos.
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