At the Station, de Giuseppe Ricci |
"El otro día nos dijo un rastrista:
-Me ha entrado un lote de dos mil libros ingleses, vengan ustedes a verlos el martes. El lunes no, porque esto lo cierro. El martes.
Hemos estado hoy a verlos.
Los tenía metidos en cestos y ocupaban toda la cueva que abre sus bóvedas debajo de la almoneda. No era verdad que fuesen todos ingleses. Los había en ruso, en japonés, en holandés, en hebreo, alguno en español. Eran todos best-sellers.
Estábamos J. M. y yo asombrados. Nos preguntábamos, ¿De dónde vendrán? ¡Qué libros tan raros! Eran todos muy malos.
Intentábamos aplicar nuestras dotes detectivescas, sin éxito, hasta que descubrimos en uno de ellos una tarjeta de embarque, y luego otras entre las páginas, como señaladores.
Se trataba de los libros que se dejan los viajeros en los aviones de Iberia. Allí debe de haber uno que los junta y los trae al Rastro a venderlos. No creo que le dieran por ellos nada de sustancia.
De todo eso yo he concluido dos cosas. Esto que quiere hacer uno con la literatura es absurdo. Nunca lo conseguiremos a la vista del gusto del público, que es execrable (el gusto y el público). Y en segundo lugar, comprobando lo que la gente lee, lo razonable es que tendría que haber más accidentes de avión, como se entresaca la remolacha, como se purgan los gatos, como se selecciona la raza por epidemias periódicas."
Trapiello, Andrés: Los Caballeros del punto fijo
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