Autorretrato, de Anastasia Pollard |
Los cinco dedos de una mano, los diez de las dos manos y los veinte de manos y pies fueron indudablemente factores importantes para conferir las bases 5, 10 o 20 a la mayor parte de los sistemas numéricos del mundo. Los griegos y los romanos utilizaron la base 10; los celtas y los mayas, la 20; los sumerios y los babilonios, un curioso sistema sexagesimal, o sea, basado en 60.
Pero vayamos al nombre de los números, que es lo nuestro. La terminología indoeuropea está basada en diez. Los términos uno a nueve se repiten, con leves transformaciones, en cada decena, veamos por ejemplo, el español y el latín. Once proviene del latín undecin (uno más diez), doce de duodecim (dos más diez) y así sucesivamente. En el término veinte (viginti, en latín) no se advierte a primera vista la relación con dos, a diferencia de treinta, cuarenta, cincuenta, etc., en los cuales aparece con diáfana claridad el parentesco con tres, cuatro y cinco, pero si nos remontamos al antiguo sánscrito, lengua hija del indoeuropeo igual que el latín, nos encontramos que veinte se decía vimsati, que deriva de visati y este de dvidasati (dos decenas). Vimsati (dvi-dasati) tiene un claro parentesco con viginti, de donde proviene veinte en español y vingt en francés. A partir de veintiuno los nombres de todos los números en lenguas romances reflejan inequívocamente su naturaleza decimal.
A veces es solo cuestión de escarbar un poco.
A veces es solo cuestión de escarbar un poco.
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