Wally knees lifted up in a red blouse, de Egon Schiele |
Detrás de hechos que parecen faltos de toda lógica, a menudo hay una explicación histórica. Si a la mayoría de nosotros nos ha parecido que para qué la 'g' y la 'j' o la 'b' y la 'v', si nos bastaba con una de las dos, al conocer su historia, vemos que no es que alguien las haya puesto para incordiar o confundir, como parece a primera vista. Veamos cuál ha sido el camino que han recorrido la 'g' y la 'j'.
El castellano heredó del latín la letra 'g', que siempre se pronunciaba como oclusiva velar sonora: la (/g/) de germanum ('hermano') se pronunciaba "guermanum" y gymnasium ('gimnasio') se pronunciaba "guimnasium". Con el discurrir de los siglos, esta 'g' pasó a pronunciarse como el fonema fricativo velar sordo (/x/) gimnasio, que no existía en latín.
A la vez sucedió que una nueva letra, la 'j', se incorporó al idioma y su pronunciación acabó también fijándose en el fonema /x/ (jarabe). Esta letra pasó a usarse para los casos en que este fonema /x/ no era originario del latín; por ejemplo iudicare pasó a nuestro juzgar.
En la actualidad la 'g' delante de la 'e' y la 'i' suena igual que la 'j', y para que suene suave hay que intercalar una 'u'. Todavía queda otra posibilidad, y es que en esta combinación de letras deban pronunciarse las tres, entonces es cuando hay que escribir la 'u' con diéresis, como por ejemplo, cigüeña.
Cierto, es un tanto complicado, pero ¿a que sabiendo cómo ha sido la cosa, uno lo lleva mejor?
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