Mary Turner Austin, de John Singer Sargent |
Al cerebro humano le gusta clasificar, ordenar, poner en cajitas, debe de ser que así las neuronas encuentran más fácilmente lo que buscan. ¿Ustedes se imaginan un cajón de los cubiertos sin esa base que ayuda a que estén los tenedores con los tenedores, los cuchillos con los cuchillos...? Sería un caos, ¿verdad?
El lenguaje necesita clasificar y crear categorías para poner las cosas iguales juntas, los adjetivos por un lado, los nombres por otro, los verbos y los adverbios por un tercero. ¿Y las lenguas? ¿Cómo se clasifican las lenguas? Las lenguas se clasifican en dos tipos: genético y tipológico.
La clasificación genética, como su propio nombre indica, estudia las lenguas emparentadas a partir de un antepasado común. No siempre es fácil conocer que ese antepasado es común, esto se suele conseguir bien porque se dispone de documentación escrita -el latín con relación a las lenguas románicas-, bien por la reconstrucción mediante hipótesis de un primer lenguaje (protolenguaje) -el indoeuropeo con respecto a las románicas, germánicas, eslavas-, etc.
La clasificación tipológica analiza la similitud estructural entre idiomas diversos: así las palabras pueden carecer de flexiones (el chino); estar compuestas de varias secuencias de sufijos (el turco), o declinarse y conjugarse (el latín, el euskera), lo que origina, a su vez, tipos analíticos, aglutinantes y flexivos, que se combinan y producen idiomas en los que predomina alguno de estos modelos.
Y a partir de ahí seguimos encontrando cajitas que a su vez contienen otras cajitas que ordenan los conceptos y nos ayudan a explicar la complejidad de una lengua. O por lo menos lo intentan.
Y a partir de ahí seguimos encontrando cajitas que a su vez contienen otras cajitas que ordenan los conceptos y nos ayudan a explicar la complejidad de una lengua. O por lo menos lo intentan.
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