La Cuirasse d'Or, de Kees Van Dongen |
"Lila pasó a hablarme de su sexualidad en general. Para nosotras era algo por completo nuevo que abordáramos ese tema. La procacidad del ambiente del que proveníamos servía para agredir o defenderse pero, precisamente porque era la lengua de la violencia, no facilitaba sino que obstaculizaba las confidencia íntimas. Por eso sentí vergüenza, clavé la vista en el suelo cuando con el crudo vocabulario del barrio dijo que chingar nunca le había proporcionado el placer que de jovencita había esperado, al contrario, siempre había sentido poco o nada (...).
"Ante tanta claridad comprendí que no podía seguir callada, que debía hacerle notar mi afinidad, que debía reaccionar a sus confidencias con una confidencia similar. Pero la idea de tener que hablar de mí -el dialecto me disgustaba y, aunque pasara por ser autora de páginas escabrosas, el italiano que había aprendido me parecía demasiado precioso para la materia pegajosa de las experiencias sexuales- aumentó la incomodidad, me olvidé de que la suya era una confesión difícil, que cada palabra aunque vulgar se engarzaba en la extenuación que reflejaba su cara, en el temblor de sus manos, y fui al grano."
Ferrante, Elena: Las deudas del cuerpo
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