Miss Cara Burch, de John Singer Sargent |
Siempre me llama la atención ver a dos personas sordas hablando, o mejor dicho, comunicándose. Aletean las manos con rapidez, se sirven de la expresión facial, del movimiento de la boca e incluso señalan distintas partes del cuerpo para explicar lo que quieren decir. Son todo expresión y silencio y son un mundo aparte porque el resto de los hablantes no podemos comprenderles.
La comunicación no verbal, el sistema de signos, señas y gestos ha sido la lengua que siempre han utilizado los sordos para comunicarse entre sí. Sin embargo, este sistema no siempre ha sido bien aceptado. Desde el siglo XVI, momento en el que comenzó la educación especial de las personas sordas, ha habido épocas en las que se ha considerado que este sistema era el más serio obstáculo para la integración de las personas sordas, que lo que había que hacer era enseñarles a emitir sonidos que se parecieran a las palabras. En otros momentos, sin embargo, el lenguaje de signos ha sido potenciado y enriquecido. También se han defendido posturas eclécticas y sistemas metodológicos mixtos.
Hoy en día esta polémica continúa y son los padres los que deben elegir el camino a seguir. Si toda la familia es sorda, el lenguaje de signos será su "lengua natural" pero si los padres oyen y hablan deberán escoger la forma de comunicarse con el que no oye.
Es curioso que cuando no nos entendemos con otra persona porque hablamos distintos idiomas, lo primero que se nos ocurre es hablar más alto y después recurrir a los gestos, hay signos internacionales que la mayoría interpretamos igual, juntar las puntas de los dedos de una mano para referirse al dinero, hacer el gesto de andar con dos dedos para indicar caminar, etc.
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